Viviana Bringas asegura que tiene que esconderse para que su hijo adicto al paco no la encuentre. Sabe que él solamente la busca para pedirle dinero para comprar sustancia. “Si no le doy plata me amenaza con que se va a suicidar y yo no quiero perder a otro hijo por la droga”, explica entre lágrimas. Luego, cuenta que en 2015, otro de sus hijos, Enrique, de 21 años, se ahorcó durante una crisis de abstinencia. “Después de la muerte de su hermano, mi otro hijo comenzó a consumir cada vez más”, agrega. Se refiere a Luciano, de 21 años, quien se hizo adicto al paco a los 15 años, cuando la familia vivía en calle Blas Parera al 200, en Villa 9 de Julio.
“Mientras siga viviendo en Villa 9 de Julio, su vida no tiene futuro. Él no es un delincuente, no tiene antecedentes, pero si no sale de la droga va a terminar muerto o en la cárcel”, se lamenta.
Bringas recuerda que en los últimos tres años hizo de todo para recuperar a su hijo. Primero lo internó en un centro de rehabilitación en Chaco. También en Tucumán estuvo en tratamiento. “Pero está un par de días y después se va. Como es mayor, nadie puede impedírselo”, explica.
Por eso, decidió contar su drama y pedir ayuda. “Lo que necesitamos son leyes que contengan a los adictos y que el Estado se haga responsable de buscar soluciones para este problema. También que la justicia intervenga para enfrentar a los que venden la droga. Necesitamos centros de rehabilitación que sean obligatorios, para que nuestros hijos no sigan muriendo con esta basura”, reclama. Bringas cuenta que sus hijos comenzaron a consumir drogas cuando eran adolescentes. “Se llevan apenas un año de diferencia. En la calle se hicieron adictos y todo fue cada vez peor. Todos sabemos quiénes son los que venden drogas, pero si hablás, te matan”, asegura.
El drama de esta familia se replica en miles de hogares en la Provincia. Chicos adictos que amenazan a sus parientes y les roban lo que encuentran a mano, con tal de obtener dinero para comprar una dosis. “No ven lo que nosotros padecemos como familia. Es una situación caótica. Me desespero por ver a mi hijo y saber cómo se encuentra, pero cada vez está peor. No vive ni nos deja vivir”, se queja.
Bringas, de 47 años, contó que trabajaba para sacar adelante una asociación que brinde contención y asistencia a los familiares de jóvenes con problemas de adicción en esa zona. “El paco dejó de ser solamente un problema de la villa, de los más pobres, ahora también lo sufren familias de todas las clases sociales”, advierte.